Cuando era niño lo que menos deseaba era ser hijo.Mis padres no fueron ajenos a estos pensamientos, tanto así que dejaron de serlo para intentar satisfacerme.
Al verme solo, la necesidad de comunicarme con los extraños me obligó a desarrollar un lenguaje prodigioso y precoz.
Mientras el resto de niños eran aplaudidos por sus familiares al decir monosílabos o pequeñas frases yo conversaba con los mendigos y los ciegos en busca de un beneficio común.
En mis ratos libres jugaba con botellas de plástico y cualquier objeto con forma similar a otro objeto , a veces me entretenía disecando insectos o investigando el comportamiento de las hormigas, uno de mis logros mas notables como no hijo fue el rentable negocio de las luchas de arañas contra avispas sin alas .
Esto fue considerado un atractivo turístico por los Miraflorinos en la década de los ochenta incluso diseñamos cuadriláteros con ligas, clavos y madera.
Tiempo después me había convertido en un celebre personaje y esto llego a oídos de mis padres quienes muertos de curiosidad decidieron regresar .
Al verme flaco y mal vestido sufrieron un trauma de culpabilidad que concluyo en un desmayo múltiple, ya repuestos me ofrecieron que vuelva al hogar .
No sé si acepté por miedo a otro bochornoso desmayo familiar o por que realmente quería intentar recuperar el tiempo perdido en mi rol de hijo.
Tuve que asearme a diario y saludar al levantarme, tomar desayunos sanos, leche, cereales, jugos de frutas de temporada.
Lo mas difícil fue adaptarme a los compromisos sociales, las preguntas incomodas, las caras de circunstancia, el uso de cubiertos, las normas de conducta, la represión de comentarios y los horarios de ingreso y salida al hogar.
Mi padre que era mas perceptivo se dio cuenta que ser hijo me hacia daño y decidió enseñarme a leer y sumar para entretenerme un poco.
Jugábamos casino por las tardes y leíamos "Condorito" en secreto como estrategia represiva
a mis ganas de escapar. Eso funcionó por unos años, a cambio de esas lecciones yo le quitaba las canas para que luciera mas joven, mientras tanto mi madre especulaba sobre nuestra relación y se mostraba un poco celosa , pero feliz de tenerme en casa.
Nunca llegué a ser un niño feliz , me avergonzaba de mi familia nuclear, de mi actitud conformista de hijo único y de la estúpida generación en la cual había decidido iniciar mi ciclo de vida.
Fueron años de agonía comprimida en el pecho los que me impedían dormir y engordar.
Mi padre solía darme permisos largos para salir a la calle en busca de la divina contaminación de experiencias.
Mi madre , estaba muy preocupada por el alcoholismo creciente de su esposo y el cercano titulo de divorciada , así que nunca se dio cuenta de mis aventuras en acantilados y chacras distantes, mucho menos de donde sacaba los higos y moras para la mermelada del lonche.
En el colegio siempre fui popular por generar incendios , llevar armas de fuego, distorsionar las historias bíblicas y por ser el goleador del equipo de fulbito.
Me encantaba esa relación de amor y odio entre los profesores y alumnos , las diferencias de realidades sociales, emocionales y culturales, el encantador sonido de la campana anunciando el recreo, la lucha por domesticar las almas rebeldes, la búsqueda de personalidad individual dentro de la multitud.
Esa era mi verdadera vocación: ser alumno.
Habiendo ubicado mi lugar en el tiempo y el espacio, decidí ir a casa para concluir mi faceta de hijo por completo , ya había preparado argumentos para la ocasión y eran bastante contundentes, pero una vez mas el destino se encargaría de facilitarme las cosas.
Mi madre abrió la puerta con las manos temblorosas y la sonrisa quebrada, no recuerdo bien la escena ni su discurso, solo borrosas imágenes de mi padre regado en la sala borracho y herido.
Unas maletas viejas, llenas de objetos carentes de valor esperaban dueño.
Hice un recorrido visual en silencio, buscando mi pelota de fútbol y mis historietas.
Mama abrió la boca dejando salir la mosca:
-“ Tenemos que partir”– sentenció mientras cruzaba la puerta.
Yo no estaba interesado en saber las causas de su desgracia , ni quería despedirme del hombre que me engendró y me enseñó a leer.
Deseaba ansioso la llegada de un nuevo día para poder ponerme el uniforme y dedicarme por completo a mi mismo.
Deje extendida la mano de mi madre, salí corriendo sin rumbo definido pateando el balón.