21.6.06

Los coleccionistas


No recuerdo bien quien me enseñó a comer o hacer pipí en el bacín, pero si los objetos utilizados.
Mi primer bacín era amarillo y chato. Llevaba una etiqueta en el centro con un niño orinando sin pantalones (esa misma etiqueta que volvería a ver en micros y combis de transporte urbano años mas tarde) y mi primera cuchara tenia un payasito adornando el mango.
Aprendí a caminar intentando alcanzar un caballito blanco de madera, heredado del ultimo primo de la familia días antes de cumplir un año.

Otros objetos que trascendieron en mi vida fueron las chapitas de gaseosa y cerveza , las botellas plásticas , las revistas de historieta , las piedras y los trapos.

No existe un juego mas interesante para un niño que convertir un objeto en otro.

Inventé la carrera de loncheras , la lucha de botellas , el boliche de autos ( ojalá nadie repita semejante ocurrencia) y varios deportes extraoficiales .

En mi adolescencia coleccioné monedas y estampillas de diferentes países , las clasificaba por colores , tamaños, antigüedad, origen, valor, conservación, material, etc . Luego las vendí todas para poder comprarme una polera de calaveras y mis primeros dos cassettes originales.
Con la llegada del CD ya no me interesaban las cintas de audio y las ganas de comprar en las disqueras se esfumaron debido al alto costo del material original .
Forme parte del mercado negro discográfico, frecuentemente merodeaba en Galerías Brasil y en los puestitos del Jr. Quilca , intercambiando información ,comprando y vendiendo .
Sin querer llegué a tener discos de diferentes géneros musicales , colecciones completas de artistas no comerciales y selecciones hechas por adictos anónimos .

La relación "Objeto = Recuerdo = Hombre = Deseo" era placentera hasta ese momento.

Mis amigos y familiares consideraban que tenia un pasatiempo sano a diferencia de otros adolescentes (...)

18.6.06

De cómo deje de ser hijo

Cuando era niño lo que menos deseaba era ser hijo.

Mis padres no fueron ajenos a estos pensamientos, tanto así que dejaron de serlo para intentar satisfacerme.

Al verme solo, la necesidad de comunicarme con los extraños me obligó a desarrollar un lenguaje prodigioso y precoz.
Mientras el resto de niños eran aplaudidos por sus familiares al decir monosílabos o pequeñas frases yo conversaba con los mendigos y los ciegos en busca de un beneficio común.
En mis ratos libres jugaba con botellas de plástico y cualquier objeto con forma similar a otro objeto , a veces me entretenía disecando insectos o investigando el comportamiento de las hormigas, uno de mis logros mas notables como no hijo fue el rentable negocio de las luchas de arañas contra avispas sin alas .

Esto fue considerado un atractivo turístico por los Miraflorinos en la década de los ochenta incluso diseñamos cuadriláteros con ligas, clavos y madera.

Tiempo después me había convertido en un celebre personaje y esto llego a oídos de mis padres quienes muertos de curiosidad decidieron regresar .

Al verme flaco y mal vestido sufrieron un trauma de culpabilidad que concluyo en un desmayo múltiple, ya repuestos me ofrecieron que vuelva al hogar .

No sé si acepté por miedo a otro bochornoso desmayo familiar o por que realmente quería intentar recuperar el tiempo perdido en mi rol de hijo.
Tuve que asearme a diario y saludar al levantarme, tomar desayunos sanos, leche, cereales, jugos de frutas de temporada.
Lo mas difícil fue adaptarme a los compromisos sociales, las preguntas incomodas, las caras de circunstancia, el uso de cubiertos, las normas de conducta, la represión de comentarios y los horarios de ingreso y salida al hogar.

Mi padre que era mas perceptivo se dio cuenta que ser hijo me hacia daño y decidió enseñarme a leer y sumar para entretenerme un poco.

Jugábamos casino por las tardes y leíamos "Condorito" en secreto como estrategia represiva
a mis ganas de escapar. Eso funcionó por unos años, a cambio de esas lecciones yo le quitaba las canas para que luciera mas joven, mientras tanto mi madre especulaba sobre nuestra relación y se mostraba un poco celosa , pero feliz de tenerme en casa.

Nunca llegué a ser un niño feliz , me avergonzaba de mi familia nuclear, de mi actitud conformista de hijo único y de la estúpida generación en la cual había decidido iniciar mi ciclo de vida.
Fueron años de agonía comprimida en el pecho los que me impedían dormir y engordar.
Mi padre solía darme permisos largos para salir a la calle en busca de la divina contaminación de experiencias.

Mi madre , estaba muy preocupada por el alcoholismo creciente de su esposo y el cercano titulo de divorciada , así que nunca se dio cuenta de mis aventuras en acantilados y chacras distantes, mucho menos de donde sacaba los higos y moras para la mermelada del lonche.

En el colegio siempre fui popular por generar incendios , llevar armas de fuego, distorsionar las historias bíblicas y por ser el goleador del equipo de fulbito.
Me encantaba esa relación de amor y odio entre los profesores y alumnos , las diferencias de realidades sociales, emocionales y culturales, el encantador sonido de la campana anunciando el recreo, la lucha por domesticar las almas rebeldes, la búsqueda de personalidad individual dentro de la multitud.

Esa era mi verdadera vocación: ser alumno.

Habiendo ubicado mi lugar en el tiempo y el espacio, decidí ir a casa para concluir mi faceta de hijo por completo , ya había preparado argumentos para la ocasión y eran bastante contundentes, pero una vez mas el destino se encargaría de facilitarme las cosas.

Mi madre abrió la puerta con las manos temblorosas y la sonrisa quebrada, no recuerdo bien la escena ni su discurso, solo borrosas imágenes de mi padre regado en la sala borracho y herido.
Unas maletas viejas, llenas de objetos carentes de valor esperaban dueño.
Hice un recorrido visual en silencio, buscando mi pelota de fútbol y mis historietas.
Mama abrió la boca dejando salir la mosca:

-“ Tenemos que partir”– sentenció mientras cruzaba la puerta.

Yo no estaba interesado en saber las causas de su desgracia , ni quería despedirme del hombre que me engendró y me enseñó a leer.

Deseaba ansioso la llegada de un nuevo día para poder ponerme el uniforme y dedicarme por completo a mi mismo.

Deje extendida la mano de mi madre, salí corriendo sin rumbo definido pateando el balón.